Conocernos significa mucho más que identificar a alguien con la mirada. “¡Yo sé quién es ese!” o “¡yo he escuchado hablar de tal persona!” son a menudo las palabras con las que nos referimos al hecho de conocer a nuestros compañeros. Tal vez eso nos sirva para identificarnos con un grupo de personas, o tal vez sólo para sentirnos parte de una familia; pero descubrir aquello que realmente hace a una persona totalmente distinta a otra, es una experiencia que quizá tarde más que descubrir a alguien con una simple primera impresión. Esas simples impresiones son las que terminan condicionando lo que uno piensa del otro, o del tal grupo, o de tal ciudad, o de lo que sea, y al final, nos condenamos a las apariencias tan superficiales como el primer vistazo que le damos a las cosas, o en este caso, a la gente.
Cuando aceptamos la decisión de asesorar en Cali el ministerio de los hijos de misioneros, fue precisamente esa primera impresión la que generaba cierto temor. “Que eso es bien difícil,” “que eso ya no se puede,” “que intentarlo una vez más era perder el tiempo,” etc., eran sólo algunas de las cosas que pensábamos, o que otros podían decir acerca de este desafío. Pero aquello que finalmente nos impulsó a tomar esta responsabilidad, fue el hecho de poder servir a los hijos de los siervos de Dios. Unos muy pequeñitos todavía, otros en plena etapa de pubertad y la mayoría en la adolescencia, eran el grupo de personas que Dios no había entregado para servirles.
Cuando nos reunimos en célula o como lo hicimos para el día del amor y la amistad, vemos varias cosas. La mayoría de ellos se “conocen”, incluso, algunos desde muy pequeños se dicen ‘primos’ o simplemente se reconocen por haber estado en una ciudad por algún tiempo, o porque son los hijos del líder de sus padres, entre otras situaciones. Pero el tiempo que llevamos en este ministerio nos ha mostrado que las apariencias se derrumban con el primer cruce de palabras, que una cosa es verlos detrás de sus padres en las reuniones y otra en los espacios que este ministerio ha venido construyendo. En los tiempos de célula resultan no ser tan introvertidos, todos están llenos de sueños profesionales, les interesan las mismas cosas que a un joven de su edad le podrían interesar. Se sienten observados todo el tiempo por los discípulos de sus padres, se quejan de las reuniones los domingos y todos coinciden en que explicar el “video” del distrito a sus amigos es un rollo completo. Pero a la pregunta “¿Qué es lo mejor de ser hijo de misionero?” todos responden: el privilegio de ser olivo puro; conocer a Dios desde temprana edad es una bendición; disfrutar de esta hermosa familia de la Cruzada - Centi es algo que no quieren perder. Aquí entonces descubrimos otra cosa, que ellos mismos también están construyendo un nuevo “conocer” a sus hermanos de toda la vida, se están dando la oportunidad de mostrarse tal y como son, y que mejor espacio que éste, el de la familia, el de los primos, el que quizá nunca, a pesar de las distancias, se terminará para ninguno de ellos.
Iván Darío Ñungo Mikan
Ángela María Castaño Tobón
Encargados Ministerio de Hijos TC - Cali
lunes, octubre 31, 2005
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