Elías, profeta del Dios de Israel, en 1 Reyes 18 había sido usado con gran poder. Destruyó a los profetas de Baal, hizo que lloviera en medio de una gran sequía, y ayudó a que Israel no se sumiera en la idolatría. Elías fue un hombre utilizado por Dios, pero cuando leemos el capítulo 19 de 1 Reyes, nos encontramos con un Elías que se dejó atemorizar por Jezabel (v.2), quien tenía fama de matar profetas de Dios (1 Reyes 18:13). Frente a este peligro, Elías hizo lo siguiente: se asustó; huyó; se escondió; quería morirse (1 Reyes 19:3-5a).
Este gran hombre de Dios, comenzó a sumirse en la oscuridad, y en lo último que quería pensar era en ser profeta de Dios. Elías no tenía ganas de vivir, no quería que nadie lo encontrara, y estaba esperando en medio del desierto a ver que le pasaba; tanto quería que su vida acabara que ni siquiera se cubrió mucho del sol del desierto. Se acostó debajo de un arbusto y esperó que cualquier cosa le sucediera – cualquier cosa mala claro está. Pero en vez de ser víctima de una serpiente, o de un escorpión, se le apareció un ángel de Dios que le dio de comer, y Elías muy obediente comió (v.5b-6).
Aún con la visita del ángel, Elías no se animó mucho. Luego de hablarle el ángel, Dios también le habló y como si fuera poco, Elías añadió a la serie de malas cualidades ya manifiestas (se asustó, huyó, se escondió, quería morirse), el querer justificarse delante de Dios. Es decir quiso convencer a Dios con una excusa, para validar el haber dejado su puesto como profeta de Dios y el haberse escondido del peligro que representaba Jezabel. Cuando Dios le preguntó a Elías ¿Qué haces aquí? (v.9), la respuesta dada por Elías deja mucho que esperar. ¿Acaso Elías cree que Dios no se dio cuenta que por temor había huido él de Jezabel? Además, el profeta de Dios no debía tomar decisiones por sí mismo, como la de internarse en el desierto, a menos que esta hubiera sido consultada y aprobada por Dios. Menos mal, Dios no tomó en cuenta la confusión que estaba viviendo Elías; menos mal que Dios más bien le ofreció luz en medio de la oscuridad por la cual pasaba Elías.
Y ante el ofrecimiento de Dios, Elías fue obediente. Independiente de las excusas, mentiras, y cobardía experimentadas por Elías hasta este momento, algo que nunca fue problema para Elías fue el serle obediente al ángel de Dios y a Dios mismo. Cuando el ángel dos veces le dijo que comiera (vv.5, 7), Elías obedeció. Cuando el ángel le dijo que caminara durante 40 días por el desierto hasta el monte de Horeb, Elías obedeció (v.8). Luego Dios se le aparece, y en ningún momento Elías trata de ignorar a Dios. El resultado de la obediencia de Elías, fue que no perdió su unción, no perdió su envestidura de profeta, y no perdió la confianza que Dios había depositado en él.
A Elías se le encomendó una última misión: ungir a dos reyes y un profeta (vv. 15-16). Y para nosotros que leemos esta historia de Elías nos queda la gran lección, de saber apoyarnos en Dios en medio de tiempos difíciles; de no concentrarnos en el error, sino en escuchar a Dios y sus ángeles para que nos ayuden a salir de la oscuridad que nos atemoriza. Tanto apreció Dios la obediencia de Elías, que cuando le llegó el tiempo de morir, Elías fue llevado al cielo en una carroza de fuego (2 Reyes 2:11).
Muy impresionante la historia de Elías. Impresionante cuando acabó con los profetas de Baal, e impresionante cuando en medio de su error no dejó de confiar en Dios. Ojala que todos seamos tan sabios como Elías que cuando peor estemos, cuando más oscuro se vea el panorama, no dejemos de apoyarnos en nuestro Dios, quién es el único que nos sacará adelante.
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